“Conocí a Ramón cuando iba en 5to básico y él, y un grupo de estudiantes, eran bastantes tímidos y solitarios en el colegio. Fue en ese momento cuando decidí juntar a esos niños en unas pequeñas clases de dibujo al carboncillo, durante los recreos. Desde ese momento este grupo de jóvenes se empezó a entusiasmar por el arte y hacerse amigos entre ellos.

Lo común de este grupo de estudiantes era el amor por el arte. A todos les gustaba dibujar, pero no sabían cómo hacerlo y no tenían el espacio fuera de las horas de clases. Lo que hicimos en el colegio fue acondicionar la antigua sala de computación para que, en los recreos, tuvieran su espacio con los materiales necesarios y el apoyo de un adulto.

Ramón, quien más tarde se bautizó y me pidió que yo fuera su padrino, siempre se destacó por tener facilidad para trabajar y dibujar. Con respecto al taller de arte, este luego se disipó porque los otros jóvenes se retiraron de PuenteMaipo y sólo sigue Ramón.

Yo creo que este taller de arte, para este grupo de niños, fue positivo porque tuvieron un espacio propio para expresarse y encontrar amigos con una afinidad en común. Hubo muy buena respuesta de ellos luego de este taller, se podría decir que tuvieron un cambio positivo.

Actualmente, Ramón tiene una mejor relación entre sus pares, ha subido sus notas y ha mejorado en responsabilidad con el establecimiento. Incluso, es parte activa del centro de alumnos del colegio.

Desde la labor como profesores, creo que tenemos una oportunidad de ver cómo llegar a los jóvenes, manteniendo una relación cercana de profesor. Desde ese rol uno puede apoyar en la formación de ellos y hacerlos crecer en todo lo relacionado a la fe y la amistad”.